Aquí estamos en Dunedin a 19.269 kms de casa, al llegar a esta ciudad con marcado carácter inglés, se empiezan a ver las famosas formas arquitectónicas, como son las casas victorianas, su famosa estación de ferrocarril y el único castillo de toda Nueva Zelanda.
De todo a lo que aquí llaman ciudad, tengo que decir que la única que cumple mis requisitos para serlo, es Dunedin, cosmopolita a su manera, con más vida que el resto y con bastante más población, puedo decir que he encontrado la ciudad más grande de la isla sur.
Tranquilamente recorremos el centro, observando que la mayoría de los monumentos tienen más de 150 años, y son de origen inglés o escocés, la verdad en ocasiones da la sensación de estar en aquella isla, pero al ver a la gente en chanclas, rasgo distintivo de los neozelandeses, te das cuenta que sigues en las antípodas. Y sí, da igual que haya sólo 10 grados de temperatura que encontrarás a algún kiwi en manga corta, pantalón corto y chanclas porque parece ser su uniforme oficial.
Una vez recorrido el centro, recorremos la universidad que nos comentan es una de las más bonitas, y en efecto lo es, edificios de piedra negra volcánica, rodeado de inmensos árboles y un río cruzando por el centro del campus, hacen de este sitio un lugar bastante agradable.
Y ya que estábamos por aquí, nos acercamos a recorrer la calle más empinada del mundo, se llama Balwin Street y está sólo a 10 minutos en coche del centro. En cuanto te estás acercando ya se aprecia que esa no es una simple cuesta, es algo brutal. Subirla es algo agotador, tanto si elijes escalones como si vas por la calzada, el dato así lo confirma, se suben 47 metros verticalmente en 161 metros de calle, haciendo una simple división te sale un 29 % de inclinación, y lo más sorprendente de todo sea, tal vez, que viva gente en esa calle.
Una vez conseguida la cima, bajamos con una notable sensación de vértigo en los tramos de mayor inclinación, cogimos la caravana y de camino a Omarama, en el centro de la isla.
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